Discurso de Susana Rafalli al recibir Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos y Estado de Derecho 2018, en Caracas, Venezuela

Estimados Embajadores Sra. Isabel Brilhante, Jefa de Delegación de la Unión Europea en Venezuela, Sr. Daniel Kriener, embajador de Alemania y Sr. Romain Nadal, embajador de Francia:

Aprecio profundamente este encuentro y la hospitalidad de tenernos hoy en su residencia, a mí, a mis equipos de trabajo y a mis afectos, para otorgarme el premio Franco-Alemán de Derechos Humanos y Estado de Derecho 2018.

Esta premiación es una tregua afable en estos momentos que estamos viviendo en Venezuela y una mirada de reconocimiento a mi identidad y al tejido de defensores de Derechos Humanos de Venezuela del que yo soy solo un hilo. Lo recibo no solo en nombre de ellos, sino también de los trabajadores humanitarios que son mi familia y que estarán ahora mismo pesando un niño, entregando una medicina, evacuando a un enfermo o recolectando para pagar un sepelio. Lo recibo además agradecida por la visibilidad que esta premiación le da a la situación de Venezuela y a las difíciles circunstancias en las que tenemos que trabajar en ella. Esto es de gran ayuda para la incidencia pública que nos obliga a todos y con la que ustedes están respondiendo con consistencia y responsabilidad.

Lo recibo sintiéndome muy privilegiada de saber que ahora mismo, 14 personas tan valiosas en todo el mundo están recibiendo en simultáneo el mismo reconocimiento a su afán frente a heridas que nos son comunes a toda la humanidad, en lo político, en lo civil, en lo económico, en lo social, heridas en nuestras libertades, nuestra cultura, nuestro medio ambiente y en nuestro derecho esencial a la vida. Es un honor que me hayan incluido entre ellas y saberme también respaldada por ustedes y sus Estados.

Recibir este reconocimiento, hoy, tiene un simbolismo múltiple que me conmueve mucho.

En primer lugar, celebramos hoy 10 de diciembre del 2018 el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y esto encarna un simbolismo esencial cuya interpretación es determinante para la integridad de lo que hacemos.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos se acordó y editó hoy, hace 70 años, sobre las heridas y las cenizas de naciones arrasadas por las guerras y enfrentamientos. Como Declaración es, antes que nada, un homenaje a la vida y un manifiesto de rebeldía frente a la destrucción y la muerte generada por totalitarismos, nacionalismos, opresiones y abusos.

La Declaración de los Derechos Humanos encarna además el espacio de entendimiento más universal de la humanidad. Todavía nos preguntamos, 70 años después, cómo sucedió eso que países de tan diferentes culturas, intereses, religiones, poderes y agendas políticas pudieran encontrase y ponerse de acuerdo en que, este puñado de Derechos fuese el piso ético común debajo del cual nos comprometimos a no caer. A partir de ella se han establecido Pactos, instituciones y mecanismos de protección, veeduría y justiciabilidad que representan el reconocimiento y respeto adicional al Estado de Derecho como un valor esencial de las naciones libres. Es este uno de los valores y Derechos más urgentes de restaurar en Venezuela.

La Declaración Universal, por último, encarna una importante pauta de integración porque, como tratado, es el formato bajo el cual los Derechos Humanos en su forma más prístina se consagran todos juntos como indivisibles e interdependientes y nos recuerda que, no podremos darnos nunca por satisfechos si no se respetan y se realizan en conjunto los derechos políticos y civiles, a la vez que los económicos, sociales y culturales. No habrá reivindicación humanitaria, ni social, ni habrá rectificación económica completa en Venezuela hasta que no se restauren también nuestras libertades individuales, el Estado de Derecho y la integridad de nuestros Derechos Civiles y Políticos y de nuestras reservas naturales y culturales.

Así que, este reconocimiento a mi trabajo iba a ser siempre especial, es verdad, pero que coincidiera su entrega con el 70 aniversario de una Declaración Universal concebida en esos valores es extraordinariamente significativo porque tiñe todo de ese sentido de vida, encuentro e integralidad, y porque me nutre y abona con lo más esencial de esa fuente de filosofía, política y respeto a la institucionalidad que la Declaración encarna. La Declaración Universal de los Derechos Humanos es una fuente de derecho y un contrato de libertad que la humanidad suscribe consigo misma y que yo intento asumir, reproducir y defender en mis afanes y con mi quehacer. No sé hacer otra cosa. Que se me reconozca por eso con este galardón tan especial sí que es verdaderamente un premio.

Es simbólico también que esta premiación la reciba una mujer. Son muchas las mujeres que hicieron la diferencia en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos e insistieron en el valor del lenguaje como forma de construcción. Hansa Mehta, Bodil Begtrup, Lakshmi Menon, Eleanor Roosevelt, entre otras mujeres, hace 70 años, incidieron para que, incluso en el lenguaje, la Declaración fuese un documento de igualdad e hiciera contrapeso a la violación particular de los Derechos de las mujeres en países en los que esto ocurre con naturalidad. No hablamos ya de los «Derechos del Hombre», sino de los «Derechos Humanos» y eso, en su significado esencial, no sucedió solo, ni se dio por sentado automáticamente. Recibo este reconocimiento honrando así a esas mujeres y a las defensoras de Derechos Humanos que ahora mismo, mientras yo hablo en libertad, sobrellevan prisiones, violencias y abusos físicos por su afán en defensa de la libertad y la igualdad.

Pero hay además un simbolismo ineludible al recibir este galardón como trabajadora humanitaria. Mi trayectoria como trabajadora humanitaria ha sido más larga que como Defensora de los Derechos Humanos y, aunque estás dos áreas se contienen, lo cierto es que son ámbitos de acción que a veces suponen dilemas muy difíciles de sobrellevar en lo doctrinal, en lo normativo y en lo vivencial. Poder hacer ambas cosas me ha costado muchísimo.

Las fricciones entre la acción humanitaria y la defensa de los Derechos Humanos pasan primero por los tiempos en los que esto se realiza. La defensa de los Derechos Humanos es una gesta que se da por una mirada a la gente vulnerada, por su protección, por recuperar su memoria, por intentar la reparación del daño que se les ha hecho y hacer justicia frente a ello. No podemos prescindir de ninguna de estas dimensiones, pero todas suelen ocurrir en tiempos diferentes. Una trabajadora humanitaria se ve a menudo en el dilema de no poder esperar que se haga justicia para proteger la vida de las personas a las que es necesario auxiliar día a día.

Los Derechos Humanos, tal como consagrados en la Declaración, son interdependientes y universales, pero a veces, en el contexto de una emergencia, esto no se puede defender a cabalidad en su interpretación más pura: tenemos que escoger y focalizar los pocos recursos disponibles en las personas más vulnerables o afectadas, lo cual vulnera la universalidad, e incluso distribuir los pocos recursos disponibles para comenzar facilitando unos derechos y luego otros, lo cual vulnera su interdependencia e indivisibilidad.

Por otra parte, en las emergencias humanitarias complejas lo usual es ver un trabajador humanitario llenando a medias el vacío que dejan los Estados perpetradores de violaciones a los Derechos Humanos y bajando con esto la tensión social, o abogando para que a estos Estados no se los aísle, sancione o menoscabe mientras que el bienestar de la población esté en sus manos. Esto es lo usual, pero no necesariamente lo más fácil de encarar.

Pero quizás la fricción más importante entre humanitarismo y la defensa de los Derechos Humanos es la que atañe a los principios que como trabajadora humanitaria suscribí cuando me certifiqué para dedicarme a este oficio, específicamente los principios de neutralidad e imparcialidad: llevar la ayuda humanitaria a cualquier persona que lo necesite, sin tomar partido por ninguna y sin hacerlo en nombre de fuerzas o partidos enfrentados o en conflictos.  El ejercicio de la imparcialidad y la neutralidad a veces suena como algo inadmisible en el ámbito de la defensa de los Derechos Humanos. Basta como ejemplo las muchas veces que como trabajadores humanitarios hemos tenido que sentarnos a buscar espacios de encuentro con perpetradores de violaciones a los Derechos Humanos y lograr así acceso a poblaciones vulnerables que, si no reciben asistencia, mueren en ese momento. O, el dilema que yo misma he interpelado tantas de veces a agencias humanitarias que, por proteger su estadía y trabajo en lugares en que se cometen violaciones a los Derechos Humanos tienen que hacer silencio y esperar un mejor momento para rendir testimonios y proteger así sus espacios humanitarios de trabajo.

El ejercicio de la neutralidad es muy difícil de conseguir. He conocido pocos trabajadores humanitarios que puedan hacerlo bien. Yo misma fallo en el intento y me ha salido mal muchas veces y con esto he puesto en riesgo el trabajo humanitario de mis organizaciones.

Si yo tuviera que escoger un atributo por el cual mi trabajo merece un reconocimiento, sería el de tratar de mantener este equilibrio entre el humanitarismo y lo más doctrinario de la defensa de los Derechos Humanos que tanto cuesta mantener, a veces incluso contra la propia naturaleza y procurando encontrar espacios comunes en los que se pueda honrar al otro sin perder de vista la verdad y sin perder ni ética, ni altura.

El tercer y último significado de esta premiación no puede ser más simbólico, y es que su entrega coincida esta vez con el centenario del armisticio que puso fin a las hostilidades en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial. La reconciliación Franco-Alemana fue una pauta entonces y fue luego también una piedra angular sobre la que se levantó la Unión Europea.

Para que Alemania y Francia consiguieran sanar, vivir en paz y crear ese vínculo bilateral, fue necesario incorporar sus heridas, pasar de una lógica de confrontación a una de colaboración, de construcción conjunta, de valores compartidos y de respeto a las diferencias, siendo estos, justamente, procesos tan necesarios en la sociedad venezolana actualmente. Que este premio sea entregado conjuntamente por dos naciones que alguna vez estuvieron divididas, dice mucho. Un premio Franco-Alemán por los Derechos Humanos y el Estado de Derecho conmemora por lo alto un siglo de armisticio y ratifica la reconciliación y la unidad en una Europa actualmente en riesgo frente al regreso de corrientes nacionalistas o populistas con propuestas de separación y aislamiento. Que uno de estos premios se quede en Venezuela, lo tomo como una pauta de lo que es posible lograr y defender cuando se buscan espacios de encuentro y reconciliación.

Así que, con ese espíritu de encuentro e indivisibilidad que evoca la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con el de equilibrio y ética que exige el cuidado de la vida de otros y con el espíritu del armisticio que sigue uniendo a las dos naciones que entregan este galardón hoy, lo recibo, conjurando todos estos valores para Venezuela y como reconocimiento a mis afanes y al trabajo del tejido del que hago parte. Comparto este premio entonces con:

  • Caritas Venezuela
  • El Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos PROVEA.
  • La Red Venezolana por los Derechos Humanos de Niños, Niñas y Adolescentes, REDHNNA
  • La red de organizaciones por el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia.
  • Las Organizaciones de sociedad civil abocadas a mitigar la desnutrición infantil que han guardado la pauta de responsabilidad de dejarse asesorar para hacer un mejor trabajo.
  • La plataforma de organizaciones por los derechos a la libre orientación sexual y de identidad de género.
  • El movimiento ciudadano “Alianza por la Paz y la no Violencia” y en particular a la Asociación Civilis en sus esfuerzos por articular a un movimiento de defensores de Derechos Humanos en el país.
  • La Red de Acción Ciudadana Contra el SIDA, ACCSI con quien comparto causas hace ya varias décadas.

Recibo este premio con gratitud, además, por quienes velan constantemente por mi integridad afectiva y mental desde un vínculo tan impecable, profundo y de tanta responsabilidad y con gratitud hacia quienes han sido escuela e inspiración. Lo recibo, por último, con la humildad de reconocer y disculparme por los errores y los momentos en los que no he podido llevar este quehacer con equilibrio, poniendo en peligro mi integridad y la de mis equipos, beneficiarios y afectos.

Agradezco nuevamente a las naciones de Alemania y Francia el haberme distinguido con este premio de Derechos Humanos y Estado de Derecho con el que me incluyen entre defensores de Derechos Humanos de tanta altura en todo el mundo. Lo acepto con la solemnidad y el compromiso inexpugnable que se recibe con este honor.

Susana Raffalli Arismendi.

En Caracas, el 10 de diciembre del 2018.

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